miércoles, 14 de julio de 2010

Un Final Feliz



Un Final Feliz
Autora: Mallé Westinner.
Ilistración: Beti Abel


Había una princesa que vivía sola en un castillo, no sabía la razón de su encierro, y tampoco sabía el por qué no tenía compañía, suponía que alguna bruja o madrastra envidiosa de su belleza la había separado de sus padres y abandonado allí por siempre, para que así jamás se supiera de ella y finalmente tras su ausencia quedarse con su reino, suponía también que su encierro era imposible de burlar, algún dragón la estaría custodiando o quizás en las afueras de su castillo había un bosque espinoso o la misma bruja esperando con una manzana envenenada.

Seguramente su hada madrina no había podido prestarle ayuda y estaba segura de que algún día un príncipe apuesto con su espada a cuestas y cabalgando su corcel vendría a rescatarla luchando contra los dragones, los bosques espinosos y las brujas.

Pero el tiempo pasaba y nadie venía, los días cada vez parecían más largos y la princesa miraba por su ventana suspirando y esperando que se cumpliera su destino, mientras tanto recorría su castillo buscando pistas sobre su origen, sobre quién era y del por qué estaba allí, como no encontraba respuestas se entretenía leyendo un gran libro que contaba historias mágicas sobre reinos y princesas en apuros, todas encontraban a su príncipe ¿porqué su historia tendría que ser diferente?

Una mañana mientras dormía escuchó unos golpes a su ventana, frotándose los ojos miró hacia afuera por la pequeña abertura que dejaba la pesada cortina, allí pudo observar un pequeño pájaro que picoteaba el marco, no llegaban pájaros a menudo y la princesa pensó que era una buena señal, ¿qué tal si era un mensajero de su hada madrina? o mejor aún ¿de su príncipe? sin pensarlo dos veces se paró de la cama y abrió la ventana y el pequeño pájaro se posó en su hombro, se desilusionó al percatar que no traía ningún mensaje pero se le ocurrió que tal vez podía enviar una nota pidiendo ayuda con la pequeña ave. Tomó un papel y escribió unas cuantas líneas que enrolló en la pata del pájaro, le dio algo de comida y luego abrió la puerta y lo impulsó para que alzara el vuelo.

- Ve vuela mi mensajero y lleva estas palabras hasta mi príncipe – le dijo antes de que partiera.

Varios días pasaron sin que la princesa recibiera respuesta, ya había perdido las esperanzas de que su mensaje hubiera llegado a las manos correctas, seguramente la bruja había capturado al gentil pajarito dejando su nota en el olvido y cuando finalmente se convenció de que su mensaje había sido destruido alguien llamó a su puerta.

- Quién es – contestó con cautela la princesa.
- Soy el príncipe que has solicitado – respondió una vocecita.
“Es mi príncipe” pensó ella “no puedo creerlo… pero no estoy preparada”
- Un momento por favor - suplicó la princesa y partió corriendo hacía su habitación.
Buscó el vestido más vaporoso que encontró, aquel que tenía guardando para su gran rescate, se vistió con dificultad, tratando de que aquel pesado vestido resbalara por su camisón, luego buscó entre sus prendas su corona más alta y se acomodó el cabello con un moño prensado, se coloco sus zapatos de gala y vestida como la ocasión lo merecía bajó los escalones con cuidado para no tropezarse con los zapatos ni con el vestido.

Entonces abrió la puerta con la ilusión de que finalmente sería liberada pero para su sorpresa no logró ver a nadie detrás de la puerta.
- Príncipe, príncipe ¿dónde estás? – dijo gritando desesperada.
- Aquí estoy no grites – se escuchó desde abajo.

Tuvo que bajar la mirada para darse cuenta de donde provenía la voz, su príncipe era un hombre pequeño, un tanto regordete, con miembros cortos y facciones pronunciadas.
- Hola – dijo el hombrecito – me llamo Trípolis y he venido aquí para rescatarla tal y como lo suplica en su mensaje.
- Trípolis!!! – exclamó la princesa consternada – no puede ser, quién eres tú.
- El príncipe que viene a rescatarle, mi dama.
- Un príncipe, pero pareces un duende!!! – replicó ella alterada.
- Corrección mi dama, soy un príncipe – repitióTrípolis muy seguro.
- No eres un príncipe!!! – grito ella - eres bajito, regordete y feo.
- Mi querida princesa – le dijo trípolis con calma - no sé como sería el príncipe que usted esperaba y me ofende puesto que siempre he sido alagado por mis atributos físicos.

La princesa se sintió desconsolada, pero una idea pasó por su mente ¿y si lo habían hechizado? y que mejor manera de romper el hechizo que un beso, así que cerró sus ojos y lo besó en los labios bajo la mirada sorprendida de Trípolis, pero cuando los abrió seguía siendo el mismo hombrecito y al darse cuenta de esto comenzó a llorar desconsolada.
- No es justo – se lamentó en voz alta – vivo sola en este castillo y no sé porqué estoy aquí ni quién me tiene encerrada, no conozco ninguna hada madrina que venga a ayudarme y el único príncipe que aparece luce como un duende. Esta no es la historia que había imaginado y tampoco una historia de princesas.
- Princesa acudí desde muy lejos, estuve varios días caminando, he pasado hambre y frío y dormido a la intemperie solo por responder a su llamado ¿Podría al menos ser más amable?
- Lo siento – dijo la princesa frotándose los ojos.
- Hay un lindo jardín aquí afuera – continúo el príncipe – más allá una laguna, montañas y un hermoso cielo, si solo salieras un rato podría disfrutarlo.
- Salir!!! – dijo alarmada – y no hay un bosque de espinas, ni un dragón que lanza fuego, ni una bruja con una manzana.
- No vi nada igual – contesto él.

La princesa suspiró cansada, ya no tenía ganas de argumentar, miró a Trípolis y este le sonrió y casi sin pensarlo se despojó de su pesado vestido, se quedó con su ligero y cómodo camisón, también se soltó el cabello y se sacó la corona, luego se quitó los zapatos, le tomó la mano al príncipe y le sonrió, juntos salieron descalzos saltando por el pasto.

Porque no todas las historias terminan igual ¿o sí?