martes, 28 de diciembre de 2010
Feliz 2011
Chicos disfrazados de los animales que les corresponde en el horoscopo chino, les quieren desear feliz año nuevo
viernes, 24 de diciembre de 2010
jueves, 21 de octubre de 2010
sábado, 16 de octubre de 2010
domingo, 1 de agosto de 2010
viernes, 23 de julio de 2010
miércoles, 14 de julio de 2010
Un Final Feliz
Un Final Feliz
Autora: Mallé Westinner.
Ilistración: Beti Abel
Había una princesa que vivía sola en un castillo, no sabía la razón de su encierro, y tampoco sabía el por qué no tenía compañía, suponía que alguna bruja o madrastra envidiosa de su belleza la había separado de sus padres y abandonado allí por siempre, para que así jamás se supiera de ella y finalmente tras su ausencia quedarse con su reino, suponía también que su encierro era imposible de burlar, algún dragón la estaría custodiando o quizás en las afueras de su castillo había un bosque espinoso o la misma bruja esperando con una manzana envenenada.
Seguramente su hada madrina no había podido prestarle ayuda y estaba segura de que algún día un príncipe apuesto con su espada a cuestas y cabalgando su corcel vendría a rescatarla luchando contra los dragones, los bosques espinosos y las brujas.
Pero el tiempo pasaba y nadie venía, los días cada vez parecían más largos y la princesa miraba por su ventana suspirando y esperando que se cumpliera su destino, mientras tanto recorría su castillo buscando pistas sobre su origen, sobre quién era y del por qué estaba allí, como no encontraba respuestas se entretenía leyendo un gran libro que contaba historias mágicas sobre reinos y princesas en apuros, todas encontraban a su príncipe ¿porqué su historia tendría que ser diferente?
Una mañana mientras dormía escuchó unos golpes a su ventana, frotándose los ojos miró hacia afuera por la pequeña abertura que dejaba la pesada cortina, allí pudo observar un pequeño pájaro que picoteaba el marco, no llegaban pájaros a menudo y la princesa pensó que era una buena señal, ¿qué tal si era un mensajero de su hada madrina? o mejor aún ¿de su príncipe? sin pensarlo dos veces se paró de la cama y abrió la ventana y el pequeño pájaro se posó en su hombro, se desilusionó al percatar que no traía ningún mensaje pero se le ocurrió que tal vez podía enviar una nota pidiendo ayuda con la pequeña ave. Tomó un papel y escribió unas cuantas líneas que enrolló en la pata del pájaro, le dio algo de comida y luego abrió la puerta y lo impulsó para que alzara el vuelo.
- Ve vuela mi mensajero y lleva estas palabras hasta mi príncipe – le dijo antes de que partiera.
Varios días pasaron sin que la princesa recibiera respuesta, ya había perdido las esperanzas de que su mensaje hubiera llegado a las manos correctas, seguramente la bruja había capturado al gentil pajarito dejando su nota en el olvido y cuando finalmente se convenció de que su mensaje había sido destruido alguien llamó a su puerta.
- Quién es – contestó con cautela la princesa.
- Soy el príncipe que has solicitado – respondió una vocecita.
“Es mi príncipe” pensó ella “no puedo creerlo… pero no estoy preparada”
- Un momento por favor - suplicó la princesa y partió corriendo hacía su habitación.
Buscó el vestido más vaporoso que encontró, aquel que tenía guardando para su gran rescate, se vistió con dificultad, tratando de que aquel pesado vestido resbalara por su camisón, luego buscó entre sus prendas su corona más alta y se acomodó el cabello con un moño prensado, se coloco sus zapatos de gala y vestida como la ocasión lo merecía bajó los escalones con cuidado para no tropezarse con los zapatos ni con el vestido.
Entonces abrió la puerta con la ilusión de que finalmente sería liberada pero para su sorpresa no logró ver a nadie detrás de la puerta.
- Príncipe, príncipe ¿dónde estás? – dijo gritando desesperada.
- Aquí estoy no grites – se escuchó desde abajo.
Tuvo que bajar la mirada para darse cuenta de donde provenía la voz, su príncipe era un hombre pequeño, un tanto regordete, con miembros cortos y facciones pronunciadas.
- Hola – dijo el hombrecito – me llamo Trípolis y he venido aquí para rescatarla tal y como lo suplica en su mensaje.
- Trípolis!!! – exclamó la princesa consternada – no puede ser, quién eres tú.
- El príncipe que viene a rescatarle, mi dama.
- Un príncipe, pero pareces un duende!!! – replicó ella alterada.
- Corrección mi dama, soy un príncipe – repitióTrípolis muy seguro.
- No eres un príncipe!!! – grito ella - eres bajito, regordete y feo.
- Mi querida princesa – le dijo trípolis con calma - no sé como sería el príncipe que usted esperaba y me ofende puesto que siempre he sido alagado por mis atributos físicos.
La princesa se sintió desconsolada, pero una idea pasó por su mente ¿y si lo habían hechizado? y que mejor manera de romper el hechizo que un beso, así que cerró sus ojos y lo besó en los labios bajo la mirada sorprendida de Trípolis, pero cuando los abrió seguía siendo el mismo hombrecito y al darse cuenta de esto comenzó a llorar desconsolada.
- No es justo – se lamentó en voz alta – vivo sola en este castillo y no sé porqué estoy aquí ni quién me tiene encerrada, no conozco ninguna hada madrina que venga a ayudarme y el único príncipe que aparece luce como un duende. Esta no es la historia que había imaginado y tampoco una historia de princesas.
- Princesa acudí desde muy lejos, estuve varios días caminando, he pasado hambre y frío y dormido a la intemperie solo por responder a su llamado ¿Podría al menos ser más amable?
- Lo siento – dijo la princesa frotándose los ojos.
- Hay un lindo jardín aquí afuera – continúo el príncipe – más allá una laguna, montañas y un hermoso cielo, si solo salieras un rato podría disfrutarlo.
- Salir!!! – dijo alarmada – y no hay un bosque de espinas, ni un dragón que lanza fuego, ni una bruja con una manzana.
- No vi nada igual – contesto él.
La princesa suspiró cansada, ya no tenía ganas de argumentar, miró a Trípolis y este le sonrió y casi sin pensarlo se despojó de su pesado vestido, se quedó con su ligero y cómodo camisón, también se soltó el cabello y se sacó la corona, luego se quitó los zapatos, le tomó la mano al príncipe y le sonrió, juntos salieron descalzos saltando por el pasto.
Porque no todas las historias terminan igual ¿o sí?
lunes, 14 de junio de 2010
jueves, 10 de junio de 2010
Cuento con dragones y princesas
Cuando Kerpo llegó al mundo, su mamá dragona lo miró con ojos lla¬meantes. Lo vio tan bello que supo que su vigésimo séptimo hijo no sería un dragón más.
Y es que Kerpo era particularmente hermoso, con su cuerpo regordete y rollizo. Su piel escamosa era de un verde brillante y sus dos alas se movían acompasadamente, provocando delicadas brisas o violentas ráfagas.
Si uno lo miraba profundamente a los ojos, podía conocer el color de todos los atardeceres de Siam, la aldea cercana a su hogar. Como todo dragón que se precie de tal, tímidos fueguitos asomaban por debajo de su lengua.
A medida que fue creciendo, su belleza lo tornó famoso. Dragonas de otras comunidades venían a conocerlo, a admirarlo. Y es que Kerpo era ahora todo un dragón adolescente, dueño de una belleza salvaje y capaz de producir llamaradas indómitas.
Sus admiradoras lo acosaban, lo perseguían, lo invitaban a tomar el té en hermosas cazuelitas de porcelana. Le escribían cartas apasionadas, aunque habitualmente su fogosa mirada las quemaba antes de llegar a leerlas.
Pero a Kerpo no le importaban demasiado aquellas dragonas cabecitas huecas y atrevidas. Prefería seguir con su vida simple de dragón, que es una vida muy hogareña y familiar.
Se levantaba cada mañana, se lavaba los dientes con aguarrás y una vez por semana se hacía gárgaras con pólvora, para que su fuego tuviera también algún efecto sonoro.
Después, caminaba por las colinas de Siam, siempre alerta, ya que no eran pocos los cazadores de dragones por aquellas comarcas.
Luego, compartía con su familia un plato de cerezos maduros y entonces, sólo entonces, cuando salían las primeras estrellas, se aventuraba por la aldea.
Una de esas tantas noches, conoció a la princesa Lee-Fú, que en mongol antiguo significa “amante de dragones”. Lee-Fú no sabía el significado de su nombre, ya que la única profesora de mongol antiguo de Siam, se había fugado con un luchador de sumo.
Aquella noche, la princesa se encontraba en sus aposentos reales, con su túnica de seda bordada en hilos de oro, que era la que usaba de entre casa, por si se manchaba con sopa de tortuga. Se había peinado con un alto rodete sujeto con dos palitos.
Silenciosamente, Kerpo se introdujo por una ventana, en el cuarto de Lee-Fú. Observó a la princesa que, de espaldas, se pintaba las uñas de los pies con esmalte de cañas de bambú.
Kerpo sintió que el corazón le ardía. El amor lo consumía, lo incen¬diaba, lo incineraba.
Cuando Lee-Fú hubo terminado de pintarse sus dedos meñiques, que eran los más difíciles, se incorporó. Fue entonces cuando sus ojos rasgados se encontraron con los del dragón.
Lejos de asustarse, Lee-Fú lo recibió con amabilidad y le ofreció tomar
asiento en un taburete de terciopelo. Kerpo no pudo hacerlo, porque su larga
cola en punta se lo impedía. La princesa lo convidó entonces con un copón de
jugo de centella asiática. Pero cuando Kerpo se dispuso a beberlo, llamaradas
incontenibles salieron de su boca.
En ese momento, la princesa pegó un grito aterrador: el esmalte de cañas de bambú se derretía al calor del fuego. Con el trabajo que le habían dado los dedos chiquitos…
En cuestión de segundos, el fuego se apoderó de las cortinas de finísi¬mos tules, de las alfombras de piel de víbora, de los abanicos multicolores que adornaban las paredes y hasta de la foto del viaje de egresados de Lee-Fú en Pekín, con sus compañeros de curso.
Al ver el incendio, los cortesanos juntaron agua en teteras de plata y corrieron a apagarlo.
Cuentan en Siam que las llamas tardaron horas en extinguirse. El pala¬cio todo quedó convertido en cenizas. Recuerdos de dinastías milenarias eran ahora una montañita gris.
De la princesa no se encontraron rastros.
Pero algunos dicen haberla visto remontar vuelo, sobre una extraña cria¬tura alada, con los ojos del color de todos los atardeceres.
Texto Valeria Dávila
Ilustración Beti Abel
jueves, 20 de mayo de 2010
El barrilete azul
Si eres un niño o una niña quizás has escuchado que alguien te pregunte ¿Qué quieres hacer cuando seas grande?
Quizás tu también lo hayas pensado y como todavía eres joven puedes soñar que en la mañana corres autos de carreras, que en el almuerzo enseñas en una escuela y que antes de acostarte bailas en un famoso teatro o inventas una máquina que hace las tareas. Eso por supuesto si eres un niño o una niña, pero si eres un barrilete (para algunos comenta, volantín o papagayo) nadie te va a preguntar que quieres hacer cuando seas grande, porque lo único que un barrilete quiere hacer toda la vida es volar.
Pero el barrilete de esta historia no era un barrilete común, porque mientras los otros exhibidos en la pequeña tienda esperaban impacientemente que alguien los comprara para por fin realizar su primer vuelo, nuestro pequeño barrilete azul imploraba para que nadie lo quisiera porque tenía miedo de volar.
Encontraba que eso de ser lanzado por el aire no debía ser nada agradable y menos que el único contacto con la tierra fuera un delgado cordel ¿qué pasaría si el cordel se soltaba y quedaba a la deriva, siendo empujado por el viento hacía todos lados sin control?
Para su suerte no parecía ser muy atractivo para los niños que entusiasmados venían buscando un barrilete, su hermoso color azul parecía ser la causa, al verlo pensaban que se confundiría con el cielo y por lo tanto no podrían apreciar su vuelo.
Eso lo tranquilizaba mientras escuchaba a los otros que solo hablaban de su primer vuelo.
La libertad, que hermosa sensación de libertad debe sentirse al volar – decía el orgulloso cometa con forma de águila que posaba en el centro de la tienda.
El viento rozando y silbando a través de ti – exclamaba el volantín multicolor que estaba a su lado.
Y que me dicen de la altura, ver todo desde arriba y más allá del horizonte – señalaba el papagayo tradicional que mostraba los colores de la bandera.
“Que libertad”, “que viento”, “ni que altura”, pensaba el pequeño barrilete azul, “si estas atado a una cuerda no tienes libertad, la fuerza del viento puede romperte y las alturas dan vértigo”. Pero no decía nada, escuchaba en silencio mientras entraban los niños a la tienda a buscando un barrilete.
Pero la suerte no le fue eterna, llegó un día una pequeña niña a la que se le ocurrió que su chaleco hacía juego con el hermoso color azul del barrilete, así que se lo pidió a su papá aunque este insistía en que compraran otro.
Y así fue como una tarde, esta niña con su padre salió a volar al barrilete. Estaba muerto de miedo, temía que la pequeña niña no tuviera la suficiente fuerza para sostenerlo una vez que comenzara a soplar el viento (y ese día había mucho viento).
Que alzara el vuelo no fue tarea fácil, varias veces fue arrojado al aire para después caer en picada, si hubiera podido hablar con la niña le habría dicho que desistiera de una buena vez. Pero finalmente lo pescó una ventisca y comenzó a ascender y ascender, sentía como la fuerza del viento lo empujaba y a su vez sentía los jalones que recibía del cordel que sostenía la niña.
No quería mirar y cada vez que se elevaba sentía más miedo, “si me suelta” pensaba “si me deja ir”, “no quiero estar a la deriva” “no quiero que el viento me lleve a lugares que no conozco” “no quiero desprenderme de la tierra”.
Después de un rato de sentir como el viento lo golpeaba y silbaba a través de él se atrevió a mirar, primero se sintió mareado, pero después de un rato se acostumbró a la vista desde la altura, pudo ver la montaña y más allá el prado, todo se veía tan distinto desde arriba, hasta ahora solo había visto la tienda, la casa de la niña y la cumbre desde donde se inició su vuelo, pero ahora podía ver que más allá de la cumbre había un parque con niños jugando y más allá un poblado entero con gente caminando por las calles y un río y árboles, pudo entender de que hablaban los otros cometas de la tienda y de pronto sintió el impulso de ver más allá y jaló un poco, se estiró otro poco, un poquito más, pero sucedió lo que tanto temía, las manos de la pequeña niña no pudieron sostenerlo y quedó a la deriva.
El terror lo invadió, el cordel que le daba seguridad estaba a merced de las corrientes de aire. Primero una ráfaga lo lanzó a la izquierda, luego a la derecha, luego dio vueltas en círculo pero cuando por fin se estabilizó se sintió de nuevo atrapado por la visión del mundo desde las alturas, aunque seguía sintiendo miedo.
Divisó que detrás de los árboles aparecía una familia de conejos y también que unos metros atrás estaba un cazador que quería atraparlos, vio a un grupo de personas nadando en el río y a otras entre los árboles discutiendo, vio los colores del prado, verdes, ocres y los pájaros posados en las ramas, vio cosas que le gustaron, algunas que jamás podrá olvidar y otras que no quisiera volver a ver.
Pero algo le hizo querer detenerse: en la entrada de una pequeña casa pudo ver a un niño sentado con las manos en el rostro, parecía triste, parecía que lloraba. Entonces el barrilete esquivo las ráfagas de viento que chocaban contra él de frente, se movió a la izquierda, luego a la derecha, bajo y subió, alteó la cola para que se enredara en el poste cerca del niño y así pasó, finalmente comenzó a perder altura y calló en sus pies, el sonido de la caída hizo que el niño levantara la cara mojada y se restregara los ojos, miró sorprendido al hermoso barrilete azul que estaba enfrente y una sonrisa se dibujó en su rostro, el barrilete se sintió satisfecho.
El niño tomo el cordel y lo lanzó de nuevo al aire, corriendo por el campo, su risa se escuchaba desde lo alto. Esta vez se quedó donde estaba sintiendo la tensión del viento y de la cuerda que lo jalaba, quizás algún día volvería a volar libre, pero no se sentiría de nuevo a la deriva.
Texto Mallé Westimer(Venezuela)
Ilustración Beti Abel
Coni Salgado
La luna naranja
Arte y literatura infantil y juvenil
Publicado 17-11-2008
martes, 11 de mayo de 2010
jueves, 6 de mayo de 2010
lunes, 26 de abril de 2010
Elogio del abanico
Trece artistas exponen su personal versión de este sugerente accesorio que permanece y se renueva
"1810-2010 Elogio del Abanico"
Beatriz Abel . Elena Abelleira . Dolores Bilbao . Else Cuerda . Emilce Dominguez . Marcela Espigares Moreno/ Jorge Pereyra . Cecilia Fergero . Clara Gils . Cristina Giordano. Elba Iriarte . Ines Talon . Lola Vergara del Pozo.
Inauguración: sábado 1°de mayo, 19 hs. Los esperamos.
La muestra podrá visitarse hasta el 31 de mayo, viernes a domingos de 15 a 19 hs. Entrada libre. Del 21 al 25 de mayo, abierto todos los días.
"La Demorada"
Hospedaje y Almacén Textil
Gral.Paz 115 - San Antonio de Areco
(54-2326) 45-6360 (54-2326) 45-6360
www.sanantoniodeareco.com/lademorada
miércoles, 21 de abril de 2010
lunes, 12 de abril de 2010
martes, 6 de abril de 2010
Mike
Mike es el creador de http://mondayartday.blogspot.com/
mis deseos de pronta recuperación de su salud
viernes, 19 de febrero de 2010
jueves, 18 de febrero de 2010
miércoles, 17 de febrero de 2010
Cabeza de Fauno
Cabeza de Fauno
En el estuche verde, por el oro manchado,
dentro del frescor incierto, floreciente y tupido
entre flores espléndidas, el beso se ha dormido.
Vivo e hiriente rasga, el bonito bordado
mostrando sus dos ojos, un fauno temeroso.
Muerde las rojas flores su fino y blanco diente.
Igual que un vino viejo, moreno y sanguinoso
su labio estalla con risa clara, estridente.
Ágil como una ardilla, de pronto sale huido
y sigue cada hoja, de la risa el temblor.
Se adivina asustado por algún ruiseñor
el beso de oro del bosque, y se ha escondido.
Arthur Rimbaud
lunes, 15 de febrero de 2010
jueves, 4 de febrero de 2010
miércoles, 3 de febrero de 2010
Una flor para Nicolas
trabajo realizado con artrage 2,5
gracias a nicolas http://bouncingthings.blogspot.com/, que me animó en el intento
lunes, 1 de febrero de 2010
jueves, 28 de enero de 2010
sábado, 23 de enero de 2010
jueves, 21 de enero de 2010
miércoles, 13 de enero de 2010
domingo, 10 de enero de 2010
miércoles, 6 de enero de 2010
lunes, 4 de enero de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)